Diana Duque Gòmez
El universo no puede entenderse como un conjunto de partes independientes, como manchas de pintura en un cuadro impresionista. Es un holograma, un tejido dinámico de acontecimientos correlacionados, en los que cada parte del tejido determina la estructura del todo.
Michael Talbot
Hoy en el mundo hay dos visiones, dos filosofías enzarzadas en una lucha: una, sustentada en la sabiduría perenne y en los nuevos conocimientos de los científicos cuánticos, nos habla de un universo vibrante e incluyente, de la tierra como un organismo vivo entretejido e interconectado al universo y otra, que ve al universo como un conjunto de cosas separadas y a la tierra como una estructura muerta, como una cosa sin alma que puede explotarse de manera indefinida.
El cambio emergente de una nueva visión del mundo que considera “el universo como algo vivo y a nosotros mismos como seres permanentemente sostenidos en ese estado vivo, nos deja ver que estamos íntimamente relacionados con todo lo que existe”(1) reclamándonos una nueva manera de relacionarnos. Como expresa el investigador Michael Talbot, “Cada uno de nosotros posee una cualidad única en el sentido de que somos centros de conciencia separados e individuales, pero cada uno de nosotros es también parte de una simbiosis, una infinita red de danzas dentro de otras danzas a su vez dentro de otras danzas que se compenetran infinitamente entre sí”(2).