Diana Duque Gómez
Los dueños del poder económico mundial, de los Estados y sus gobiernos, esto es, la sinarquía dueña del planeta, está imponiendo otro de sus grandes negocios mortíferos contra la humanidad y la naturaleza como es el de las llamadas bombillas de bajo consumo (CFL). Veamos algunas verdades sobre esto nuevos adminículos. Los siguientes son apartes de un completo informe publicado en la revista Discovery Salud No. 116 realizado por Francisco San Martín:
“Se está ocultando que (las CFL) tienen serios inconvenientes para la salud. Básicamente por tres razones: porque emiten radiofrecuencias biológicamente dañinas, porque emiten radiaciones ultravioletas peligrosas en distancias cortas y porque llevan mercurio –sustancia tóxica y cancerígena- con el peligro que eso supone en caso de ruptura (sin olvidar los problemas que acarrea su reciclaje). Además existen serias sospechas de que esas radiaciones y su centelleo -producto de las altas frecuencias generadas- puede provocar migrañas, fatiga, confusión, vértigo, zumbido en los oídos, problemas en los ojos, náuseas e irritaciones de la piel además de agravar la sintomatología de las personas sensibles a los campos electromagnéticos. Que son cada vez más, por cierto.
“En suma, las simples medidas de precaución que exige manejar estas bombillas hacen incomprensible la decisión de generalizar su uso entre la población. Porque cada CFL contiene entre 3 y 5 miligramos de mercurio, mineral altamente tóxico y peligroso cuando se libera en el medio ambiente. En especial para el cerebro, el sistema nervioso, el hígado y los riñones aunque igualmente puede dañar el aparato cardiovascular, el sistema reproductivo y el sistema inmune además de ser causa de temblores, inestabilidad emocional, pérdida de memoria, insomnio, problemas neuromusculares, dolores de cabeza, alzheimer y cáncer. Aunque son los fetos, bebés y lactantes los más vulnerables ya que su exposición al mercurio influye muy negativamente tanto en el desarrollo de su cerebro como del sistema nervioso. Quienes tratan de restar importancia a este hecho argumentan que su presencia es ‘muy pequeña’ pero o mienten o ignoran que no se ha establecido una ‘cantidad segura’ de mercurio y que, de existir, estaría en el nivel de los microgramos y las CFL contienen entre ¡tres y cinco mil micogramos! (recordemos que un microgramo es la milésima parte de un miligramo).Esto saldra antes del leer mas
“’El límite del Canadian Water Quality (CWQG) para proteger la vida de agua dulce –señala la investigadora canadiense Magda Havas- es de 26 nanogramos de mercurio inorgánico por litro de agua. Lo que significa que una bombilla CFL puede contaminar 190.000 litros de agua a niveles que superan las directrices de calidad de nuestra agua!” (un nanogramo es la milésima parte de un microgramo y, por tanto, la millonésima parte de un miligramo). Según el Institut National de Recherche et de Sécurité (INRS) francés para la prevención de accidentes y enfermedades profesionales la inhalación por un perro de aire que contenga una décima parte de miligramo por metro cúbico de mercurio le provoca a las seis semanas problemas neurológicos y renales irreversibles. Y una sola bombilla rota vaporizaría 5 mg contaminando un área de 50 metros cúbicos. Insistimos: el contenido de ¡una sola bombilla! Es evidente que la exposición al mercurio contenido en el interior de las CFL sólo puede producirse en caso de que la bombilla se rompa pero eso puede pasar fácilmente. Un estudio realizado en el estado norteamericano de Maine llevó a la Agencia de Protección de Medio Ambiente estadounidense a modificar sus recomendaciones porque se demostró que en caso de rotura, incluso cuando todas las precauciones son tomadas a la hora de limpiar, las concentraciones de mercurio en la habitación donde una lámpara se rompe permanecen elevadas. Y es así porque el mercurio se adhiere a todo tipo de fibras textiles -alfombras, cortinas, ropa, etc.- que después pueden desprender vapores de mercurio durante mucho tiempo.
“Si (las CFL) terminan en un vertedero corriente el mercurio puede contaminar el aire y filtrarse en el suelo contaminando los acuíferos subterráneos. ‘Si terminaran en los vertederos varios miles de lámparas fluorescentes se plantearía un grave problema de salud –ha denunciado sin tapujos la doctora de la Universidad de Portsmouth (Reino Unido) Michelle Bloor-. El mercurio podría escapar y entrar en la cadena alimentaria. (…) Y el problema es que muchos concejos municipales no saben qué hacer para deshacerse de las lámparas fluorescentes’”.
En cuanto a las emisiones radioeléctricas lo hemos denunciado multitud de veces: no son inocuas. Son peligrosas para la salud. Dependiendo el riesgo de la distancia y la potencia. Y es que sus efectos biológicos van más allá de los simples y medibles efectos térmicos, los únicos oficialmente considerados tanto por la normativa española como por la europea. Lo cierto es que pueden causar, entre otros problemas, dolores musculares y articulares, dolores de cabeza, náuseas, trastornos del sueño, problemas respiratorios, erupciones, ansiedad, depresión y problemas neurodegenerativos y vasculares así como cáncer. Dicho esto añadiremos que las bombillas de bajo consumo presentan emisiones radioeléctricas de alta frecuencia que en muchos casos pueden generar campos electromagnéticos superiores a los permitidos por la propia normativa oficial, ya de por sí muy permisiva... las bombillas de bajo consumo emiten, una vez encendidas, importantes radiaciones radioeléctricas mientras las bombillas clásicas, en las mismas condiciones (230 voltios y 50 hertzios) no emiten ninguna... La propia General Electric realiza la siguiente advertencia en la parte posterior del embalaje de sus CFL: ‘Este producto cumple con la Parte 18 del Reglamento de la FCC pero puede causar interferencias en radios, televisores, teléfonos móviles y controles remotos. Evite colocar este producto cerca de estos dispositivos y si la interferencia se produce aún así aléjelo más del dispositivo o enchúfelo en otra toma de corriente. No instale este producto cerca de un equipo de seguridad marítima u otros dispositivos críticos para la navegación o equipo de comunicación que operen entre 0,45-30 MHz’... De los delicados dispositivos de seguridad individuales como el corazón, el cerebro o el sistema nervioso nadie habla. Porque eso significaría admitir una realidad que pretende negarse y asumir claras responsabilidades legales. ‘La promoción que se está haciendo de estas bombillas –nos diría Enrique Pérez, presidente de Arca Ibérica- es sencillamente irresponsable. Las presentan como una posible solución para el problema del calentamiento global y lo que están consiguiendo es generar o contribuir a uno mayor: el de la hipercontaminación por campos electromagnéticos’.
“Además de las emisiones de radiación directa hay serios indicios de que los campos electromagnéticos emitidos por las CFL pueden viajar a lo largo de la instalación eléctrica exponiendo a las personas a la denominada electricidad sucia. “La electricidad sucia es un contaminante ubicuo –afirma Magda Havas, investigadora canadiense que ha estudiado profundamente la problemática de las CFL-. Fluye a lo largo de los cables y se irradia desde ellos”. Es decir, como estas altas frecuencias viajan a lo largo del tendido de nuestro hogar, oficina o escuela las personas no sólo quedan expuestas por su cercanía sino que pueden también resultar afectadas estando en otras habitaciones... ‘Se ha demostrado que la electricidad sucia –afirman- afecta negativamente a la salud humana. Un estudio reciente sobre cáncer -A New Electromagnetic Exposure Metric: High Frequency Voltage Transients Associated With Increased Cancer Incidence in Teachers in a California School- efectuado en una escuela de California asoció un mayor riesgo de cáncer entre los docentes a la electricidad sucia. Los maestros que enseñaban en las aulas donde existía electricidad sucia por encima de 113 KHz tuvieron un aumento de riesgo de cáncer de 5 veces (riesgo relativo 5,1) estadísticamente significativo. Los maestros que no enseñaban en esas aulas tenían un riesgo de 1,8. Las bombillas CFL generan cerca de 300 unidades de electricidad sucia’. Por lo que concluirían: ‘Es evidente que una casa llena de bombillas de este tipo podría tener graves consecuencias para la salud’. Los investigadores aportan otro ejemplo significativo: en una escuela del estado de Wisconsin (EEUU) cuyos habitantes sufrían el Síndrome del edificio enfermo una vez la calidad de la potencia eléctrica se mejoró con filtros de línea conectados a las salidas de corriente la salud de estudiantes y profesores mejoró notablemente. Eliminada la electricidad sucia sólo 3 de los 37 alumnos que sufrían de asma y utilizaban inhaladores a diario volvieron a requerirlos… y sólo para asma inducida por el ejercicio.
“El vapor de mercurio existente en las CFL, al ser excitado eléctricamente, emite radiación ultravioleta que al interactuar con las sustancias químicas del interior de la bombilla genera luz. Según Philippe Laroche -responsable de Relaciones con los Medios del Ministerio de Sanidad canadiense- las CFL, a diferencia de las lámparas de tubos fluorescentes, no tienen difusores para filtrar la radiación ultravioleta. ‘Por tanto –afirmaría- puede haber problemas de sensibilidad cutánea, especialmente en personas con determinadas enfermedades de la piel’. Según la BBC la propia Health Protection Agency (HPA) británica ha advertido del riesgo de estar a menos de 30 cm de estas bombillas durante mucho tiempo. Y aunque luego han aparecido “expertos” que han intentado quitar hierro al asunto diciendo que no existen pruebas de que supongan una amenaza de cáncer la citada agencia ha manifestado que pedirá que se investiguen los bulbos de las CFL –de distintas formas y tamaños- tras recibir la protesta de varios grupos que representan a personas que sufren problemas de sensibilidad a la luz. ‘Estamos preocupados –aseguró el profesor Harry Moseley- por los riesgos para los pacientes sensibles a la luz que tienen severos trastornos de piel. El pequeño nivel de rayos ultravioletas emitidos por algunas bombillas de bajo consumo de energía podría ser perjudicial para estos pacientes. Recomiendo el uso de las luces con un escudo protector para absorber los rayos ultravioletas’... La BBC contó hace poco tiempo el caso de Adrian Nielsen, un varón de 63 años que poco después de instalar bombillas CFL en su casa comenzó a tener problemas en los ojos. Neilsen se había operado en el 2000 con láser para solucionar sus problemas de visión y nunca más había vuelto a tener problemas hasta que decidió cambiar las bombillas de su domicilio. Los ojos enrojecieron, su parpadeo era constante y las molestias –los sentía como si estuvieran llenos de arena- se volvieron insoportables. Primero le diagnosticaron algún tipo raro de conjuntivitis y después ojos secos pero ningún medico consiguió curarle. La irritación se prolongó hasta que comenzaron sus vacaciones y se fue a Creta. Allí sus ojos sanaron… pero al volver a casa el problema reapareció. No fue sin embargo consciente de la causa de lo que le pasaba hasta que leyó en un periódico la historia de una mujer que había solucionado sus mismos problemas ¡cambiando de nuevo en casa las bombillas CFL por las antiguas incandescentes! Así que hizo lo mismo y sus problemas terminaron... ‘Yo no había pensado que podía ser la luz –declaró Neilsen-. Desde entonces me fijo de los lugares en donde las tienen. En el bar las tienen y si estoy en él una hora comienzan los problemas en mis ojos. He ido a las empresas donde tienen esta nueva iluminación y mientras esperaba sentado todo comenzaba de nuevo y de repente’.
“Y también pueden provocar migrañas. La Migraine Action Association afirma que es a causa del parpadeo aunque éste sea imperceptible para la vista. Las bombillas incandescentes, en cambio, funcionan a una frecuencia de red de 50 Hertz y no generan centelleos o parpadeos. La luz se mantiene constante, continua y natural. El filamento es demasiado pesado como para reaccionar a la frecuencia de la red. Tarda un rato en apagarse y, por consiguiente, se evita el parpadeo. Por el contrario, en los tubos fluorescentes el material del interior del tubo no es nada pesado y reacciona constantemente a la frecuencia apagándose y encendiéndose; parpadea y centellea como en una discoteca. Y eso puede producir reacciones neurológicas. De hecho los expertos avisan que personas con tendencia a la epilepsia pueden tener síntomas parecidos a los de un ataque... Y los síntomas descritos para otros tubos fluorescentes pueden acabar siendo comunes para las CFL: presión en la cabeza, mareos, malestar en general, debilidad, temblores, nerviosismo, miedo, sensación de frío, daños neurológicos, hipoglucemia… Y para colmo de males la calidad de la luz de las CFL es mala. Muy mala. El espectro de luz, es decir, el reparto de los diferentes pigmentos es muy deficiente en los minitubos fluorescentes. La luz es más deficiente que en las iluminaciones tradicionales. Obviamente la mejor luz es la diurna. Siendo luego la bombilla halógena la más cercana a la naturaleza y equilibrada en relación al reparto del espectro de la luz. Es más, tienden un poco a la rojez -como en la luz del amanecer o del atardecer- lo que les otorga un cierto calor y sensación agradable. Las CFL y sus hermanos mayores, los fluorescentes, salen en cambio muy mal parados en la comparación. Su espectro de luz es poco homogéneo y poco natural, distorsiona ciertos colores y disminuye los otros. Su luz no es ni armónica ni saludable. David Adams, portavoz del Royal National College for the Blind de Hereford (Reino Unido), denunció en la BBC que las CFL van a hacer la vida más difícil a las personas con problemas en la vista como consecuencia de la luz difusa que generan frente al alto grado de contraste de las bombillas tradicionales. Lo que corroboraría el ya citado Larry Benjamin -del Royal College of Ophthalmologists- quien declaró -como adelantamos al principio de este reportaje- que ‘las bombillas incandescentes son una brillante fuente de iluminación general y es preocupante saber que si desaparecen nuestros pacientes no podrán tener el mismo nivel de iluminación en sus hogares. Porque hay evidencias de que una baja iluminación puede dar lugar a un mayor número de caídas en personas con baja visión’.
“Y encima no está tan claro que exista un ahorro real. La energía consumida para fabricar una CFL – debido a sus componentes- es mucho mayor que la que se necesita para una bombilla incandescente. Además las CFL emiten menos calor por lo que aunque en un hogar el impacto sea mínimo a gran escala podría suponer tener que aumentar las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) al obligar a los sistemas de calefacción de petróleo o gas a funcionar con más frecuencia. Y el efecto en el caso de la refrigeración será a la inversa durante los períodos de calor. En el 2007 un investigador en recursos naturales de Canadá calculó el impacto de sustituir cinco bombillas incandescentes de 77 vatios utilizadas tres horas al día por otras CFL de 19 W y el resultado fue que las primeras redujeron la necesidad de aire acondicionado en 55 kilovatios hora (kWh) mientras las segundas aumentaron la necesidad de calefacción en 184 kW h. Sólo generaron un ahorro anual de ¡12 dólares! El estudio fue publicado por la Canada Mortgage and Housing Corporation (CMHC)”.
Bogotá, enero 30 de 2011
“’El límite del Canadian Water Quality (CWQG) para proteger la vida de agua dulce –señala la investigadora canadiense Magda Havas- es de 26 nanogramos de mercurio inorgánico por litro de agua. Lo que significa que una bombilla CFL puede contaminar 190.000 litros de agua a niveles que superan las directrices de calidad de nuestra agua!” (un nanogramo es la milésima parte de un microgramo y, por tanto, la millonésima parte de un miligramo). Según el Institut National de Recherche et de Sécurité (INRS) francés para la prevención de accidentes y enfermedades profesionales la inhalación por un perro de aire que contenga una décima parte de miligramo por metro cúbico de mercurio le provoca a las seis semanas problemas neurológicos y renales irreversibles. Y una sola bombilla rota vaporizaría 5 mg contaminando un área de 50 metros cúbicos. Insistimos: el contenido de ¡una sola bombilla! Es evidente que la exposición al mercurio contenido en el interior de las CFL sólo puede producirse en caso de que la bombilla se rompa pero eso puede pasar fácilmente. Un estudio realizado en el estado norteamericano de Maine llevó a la Agencia de Protección de Medio Ambiente estadounidense a modificar sus recomendaciones porque se demostró que en caso de rotura, incluso cuando todas las precauciones son tomadas a la hora de limpiar, las concentraciones de mercurio en la habitación donde una lámpara se rompe permanecen elevadas. Y es así porque el mercurio se adhiere a todo tipo de fibras textiles -alfombras, cortinas, ropa, etc.- que después pueden desprender vapores de mercurio durante mucho tiempo.
“Si (las CFL) terminan en un vertedero corriente el mercurio puede contaminar el aire y filtrarse en el suelo contaminando los acuíferos subterráneos. ‘Si terminaran en los vertederos varios miles de lámparas fluorescentes se plantearía un grave problema de salud –ha denunciado sin tapujos la doctora de la Universidad de Portsmouth (Reino Unido) Michelle Bloor-. El mercurio podría escapar y entrar en la cadena alimentaria. (…) Y el problema es que muchos concejos municipales no saben qué hacer para deshacerse de las lámparas fluorescentes’”.
En cuanto a las emisiones radioeléctricas lo hemos denunciado multitud de veces: no son inocuas. Son peligrosas para la salud. Dependiendo el riesgo de la distancia y la potencia. Y es que sus efectos biológicos van más allá de los simples y medibles efectos térmicos, los únicos oficialmente considerados tanto por la normativa española como por la europea. Lo cierto es que pueden causar, entre otros problemas, dolores musculares y articulares, dolores de cabeza, náuseas, trastornos del sueño, problemas respiratorios, erupciones, ansiedad, depresión y problemas neurodegenerativos y vasculares así como cáncer. Dicho esto añadiremos que las bombillas de bajo consumo presentan emisiones radioeléctricas de alta frecuencia que en muchos casos pueden generar campos electromagnéticos superiores a los permitidos por la propia normativa oficial, ya de por sí muy permisiva... las bombillas de bajo consumo emiten, una vez encendidas, importantes radiaciones radioeléctricas mientras las bombillas clásicas, en las mismas condiciones (230 voltios y 50 hertzios) no emiten ninguna... La propia General Electric realiza la siguiente advertencia en la parte posterior del embalaje de sus CFL: ‘Este producto cumple con la Parte 18 del Reglamento de la FCC pero puede causar interferencias en radios, televisores, teléfonos móviles y controles remotos. Evite colocar este producto cerca de estos dispositivos y si la interferencia se produce aún así aléjelo más del dispositivo o enchúfelo en otra toma de corriente. No instale este producto cerca de un equipo de seguridad marítima u otros dispositivos críticos para la navegación o equipo de comunicación que operen entre 0,45-30 MHz’... De los delicados dispositivos de seguridad individuales como el corazón, el cerebro o el sistema nervioso nadie habla. Porque eso significaría admitir una realidad que pretende negarse y asumir claras responsabilidades legales. ‘La promoción que se está haciendo de estas bombillas –nos diría Enrique Pérez, presidente de Arca Ibérica- es sencillamente irresponsable. Las presentan como una posible solución para el problema del calentamiento global y lo que están consiguiendo es generar o contribuir a uno mayor: el de la hipercontaminación por campos electromagnéticos’.
“Además de las emisiones de radiación directa hay serios indicios de que los campos electromagnéticos emitidos por las CFL pueden viajar a lo largo de la instalación eléctrica exponiendo a las personas a la denominada electricidad sucia. “La electricidad sucia es un contaminante ubicuo –afirma Magda Havas, investigadora canadiense que ha estudiado profundamente la problemática de las CFL-. Fluye a lo largo de los cables y se irradia desde ellos”. Es decir, como estas altas frecuencias viajan a lo largo del tendido de nuestro hogar, oficina o escuela las personas no sólo quedan expuestas por su cercanía sino que pueden también resultar afectadas estando en otras habitaciones... ‘Se ha demostrado que la electricidad sucia –afirman- afecta negativamente a la salud humana. Un estudio reciente sobre cáncer -A New Electromagnetic Exposure Metric: High Frequency Voltage Transients Associated With Increased Cancer Incidence in Teachers in a California School- efectuado en una escuela de California asoció un mayor riesgo de cáncer entre los docentes a la electricidad sucia. Los maestros que enseñaban en las aulas donde existía electricidad sucia por encima de 113 KHz tuvieron un aumento de riesgo de cáncer de 5 veces (riesgo relativo 5,1) estadísticamente significativo. Los maestros que no enseñaban en esas aulas tenían un riesgo de 1,8. Las bombillas CFL generan cerca de 300 unidades de electricidad sucia’. Por lo que concluirían: ‘Es evidente que una casa llena de bombillas de este tipo podría tener graves consecuencias para la salud’. Los investigadores aportan otro ejemplo significativo: en una escuela del estado de Wisconsin (EEUU) cuyos habitantes sufrían el Síndrome del edificio enfermo una vez la calidad de la potencia eléctrica se mejoró con filtros de línea conectados a las salidas de corriente la salud de estudiantes y profesores mejoró notablemente. Eliminada la electricidad sucia sólo 3 de los 37 alumnos que sufrían de asma y utilizaban inhaladores a diario volvieron a requerirlos… y sólo para asma inducida por el ejercicio.
“El vapor de mercurio existente en las CFL, al ser excitado eléctricamente, emite radiación ultravioleta que al interactuar con las sustancias químicas del interior de la bombilla genera luz. Según Philippe Laroche -responsable de Relaciones con los Medios del Ministerio de Sanidad canadiense- las CFL, a diferencia de las lámparas de tubos fluorescentes, no tienen difusores para filtrar la radiación ultravioleta. ‘Por tanto –afirmaría- puede haber problemas de sensibilidad cutánea, especialmente en personas con determinadas enfermedades de la piel’. Según la BBC la propia Health Protection Agency (HPA) británica ha advertido del riesgo de estar a menos de 30 cm de estas bombillas durante mucho tiempo. Y aunque luego han aparecido “expertos” que han intentado quitar hierro al asunto diciendo que no existen pruebas de que supongan una amenaza de cáncer la citada agencia ha manifestado que pedirá que se investiguen los bulbos de las CFL –de distintas formas y tamaños- tras recibir la protesta de varios grupos que representan a personas que sufren problemas de sensibilidad a la luz. ‘Estamos preocupados –aseguró el profesor Harry Moseley- por los riesgos para los pacientes sensibles a la luz que tienen severos trastornos de piel. El pequeño nivel de rayos ultravioletas emitidos por algunas bombillas de bajo consumo de energía podría ser perjudicial para estos pacientes. Recomiendo el uso de las luces con un escudo protector para absorber los rayos ultravioletas’... La BBC contó hace poco tiempo el caso de Adrian Nielsen, un varón de 63 años que poco después de instalar bombillas CFL en su casa comenzó a tener problemas en los ojos. Neilsen se había operado en el 2000 con láser para solucionar sus problemas de visión y nunca más había vuelto a tener problemas hasta que decidió cambiar las bombillas de su domicilio. Los ojos enrojecieron, su parpadeo era constante y las molestias –los sentía como si estuvieran llenos de arena- se volvieron insoportables. Primero le diagnosticaron algún tipo raro de conjuntivitis y después ojos secos pero ningún medico consiguió curarle. La irritación se prolongó hasta que comenzaron sus vacaciones y se fue a Creta. Allí sus ojos sanaron… pero al volver a casa el problema reapareció. No fue sin embargo consciente de la causa de lo que le pasaba hasta que leyó en un periódico la historia de una mujer que había solucionado sus mismos problemas ¡cambiando de nuevo en casa las bombillas CFL por las antiguas incandescentes! Así que hizo lo mismo y sus problemas terminaron... ‘Yo no había pensado que podía ser la luz –declaró Neilsen-. Desde entonces me fijo de los lugares en donde las tienen. En el bar las tienen y si estoy en él una hora comienzan los problemas en mis ojos. He ido a las empresas donde tienen esta nueva iluminación y mientras esperaba sentado todo comenzaba de nuevo y de repente’.
“Y también pueden provocar migrañas. La Migraine Action Association afirma que es a causa del parpadeo aunque éste sea imperceptible para la vista. Las bombillas incandescentes, en cambio, funcionan a una frecuencia de red de 50 Hertz y no generan centelleos o parpadeos. La luz se mantiene constante, continua y natural. El filamento es demasiado pesado como para reaccionar a la frecuencia de la red. Tarda un rato en apagarse y, por consiguiente, se evita el parpadeo. Por el contrario, en los tubos fluorescentes el material del interior del tubo no es nada pesado y reacciona constantemente a la frecuencia apagándose y encendiéndose; parpadea y centellea como en una discoteca. Y eso puede producir reacciones neurológicas. De hecho los expertos avisan que personas con tendencia a la epilepsia pueden tener síntomas parecidos a los de un ataque... Y los síntomas descritos para otros tubos fluorescentes pueden acabar siendo comunes para las CFL: presión en la cabeza, mareos, malestar en general, debilidad, temblores, nerviosismo, miedo, sensación de frío, daños neurológicos, hipoglucemia… Y para colmo de males la calidad de la luz de las CFL es mala. Muy mala. El espectro de luz, es decir, el reparto de los diferentes pigmentos es muy deficiente en los minitubos fluorescentes. La luz es más deficiente que en las iluminaciones tradicionales. Obviamente la mejor luz es la diurna. Siendo luego la bombilla halógena la más cercana a la naturaleza y equilibrada en relación al reparto del espectro de la luz. Es más, tienden un poco a la rojez -como en la luz del amanecer o del atardecer- lo que les otorga un cierto calor y sensación agradable. Las CFL y sus hermanos mayores, los fluorescentes, salen en cambio muy mal parados en la comparación. Su espectro de luz es poco homogéneo y poco natural, distorsiona ciertos colores y disminuye los otros. Su luz no es ni armónica ni saludable. David Adams, portavoz del Royal National College for the Blind de Hereford (Reino Unido), denunció en la BBC que las CFL van a hacer la vida más difícil a las personas con problemas en la vista como consecuencia de la luz difusa que generan frente al alto grado de contraste de las bombillas tradicionales. Lo que corroboraría el ya citado Larry Benjamin -del Royal College of Ophthalmologists- quien declaró -como adelantamos al principio de este reportaje- que ‘las bombillas incandescentes son una brillante fuente de iluminación general y es preocupante saber que si desaparecen nuestros pacientes no podrán tener el mismo nivel de iluminación en sus hogares. Porque hay evidencias de que una baja iluminación puede dar lugar a un mayor número de caídas en personas con baja visión’.
“Y encima no está tan claro que exista un ahorro real. La energía consumida para fabricar una CFL – debido a sus componentes- es mucho mayor que la que se necesita para una bombilla incandescente. Además las CFL emiten menos calor por lo que aunque en un hogar el impacto sea mínimo a gran escala podría suponer tener que aumentar las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) al obligar a los sistemas de calefacción de petróleo o gas a funcionar con más frecuencia. Y el efecto en el caso de la refrigeración será a la inversa durante los períodos de calor. En el 2007 un investigador en recursos naturales de Canadá calculó el impacto de sustituir cinco bombillas incandescentes de 77 vatios utilizadas tres horas al día por otras CFL de 19 W y el resultado fue que las primeras redujeron la necesidad de aire acondicionado en 55 kilovatios hora (kWh) mientras las segundas aumentaron la necesidad de calefacción en 184 kW h. Sólo generaron un ahorro anual de ¡12 dólares! El estudio fue publicado por la Canada Mortgage and Housing Corporation (CMHC)”.
Bogotá, enero 30 de 2011
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