19/9/10

POR UNA SOCIEDAD LIBERTARIA

Diana Duque Gómez

Se denomina sinarquía el grupo de personas dueñas del capital financiero, de las corporaciones, de los monopolios, de los grandes negocios y del Estado, que deciden en beneficio propio los asuntos políticos y económicos de un país a través de ese Estado, instrumento fundamental de la dominación y expoliación del ser humano.

El sistema económico y político imperante en el mundo es el mercantilismo, resultado del fortalecimiento del poder liberticida del Estado. El mercantilismo es el régimen que mantiene el poder de la sinarquía a través del Estado y que está basado como afirma Vargas Llosa en todo “un sistema de privilegios pactados entre el poder político y los grupos empresariales influyentes, que garantiza a éstos monopolios y prebendas y que los salvaguarda de tener que competir”(1). Expresa Enrique Guersi que “esencialmente el concepto de mercantilismo se asocia al de una economía políticamente administrada, donde la competencia económica se transforma en una competencia por privilegios o rentas a obtenerse del Estado sin que necesariamente exista contraparte productiva... la empresa como privilegio, la ley como discriminación y la propiedad como restricción caracterizan el mercantilismo”(2).


El sistema mercantilista le procura a la sinarquía la conservación de la propiedad del Estado, garantizándole perversamente los monopolios esenciales: dinero, tierras, gran industria, aranceles y tarifas, patentes e información. Así, el Estado limita y en muchos casos elimina el acceso a las actividades económicas a nuevos empresarios, con unas leyes que asignan la riqueza y mantienen los monopolios, con la enmarañada y mafiosa tramitomanía, con el ardid de las patentes –uno de los mecanismos más siniestros de censura o apropiación de las nuevas ideas y del usufructo de la naturaleza- y con unos impuestos y aranceles expropiadores. Convirtiendo, de esta manera, la economía de libre mercado en una gran falacia. Cuanta razón le asiste a Murray Rothbard cuando señala que “el Estado es la vasta maquinaria de la delincuencia y de la agresión institucionalizadas, la ‘organización de los medios políticos’ con el objetivo de enriquecerse... el Estado es una organización criminal coactiva que se apoya en la institución de un sistema de impuestos-latrocinios de amplia escala y se mantiene impune porque se las ingenia para conseguir el respaldo de la mayoría, al asegurarse la colaboración y la alianza de un grupo de intelectuales que crean opinión y a los que recompensa con una participación en las esferas del poder y de su botín”(3).

La imposición del mercantilismo ha llevado a una reducción constante de la libertad individual, a la creciente concentración de la riqueza , de la industria y naturalmente del poder político en manos de esa sinarquía mundial. Según David Rothkopf, esta sinarquía está compuesta por 6.000 personas entre las que hay incontables lazos que las vinculan entre sí: familiares, asociaciones empresariales, inversiones, participación en las juntas directivas, vínculos universitarios, relaciones forjadas a través del trabajo o a través de los negocios. Cada nación es un club privado. El club incluye algunas familias claves. En la práctica, esta élite controla el 85% de la riqueza global y el 2% de la sinarquía posee la mitad de la riqueza del planeta. Lo que conlleva a que la verdadera desigualdad sea brutal. Esto se refleja dramáticamente en que de las 6.800 millones de personas que hay en el mundo, la mitad de ellas viven con menos de dos dólares por día (4).

Pero el gran poder de esa sinarquía radica en el control, cada vez mayor, del ser humano llevado a cabo mediante la manipulación de los pensamientos, sentimientos y gustos del individuo plasmados en una cultura que forja un carácter social del tener que impone los valores de la codicia, el lucro, la fama y el consumismo; todo esto acompañado de la promoción del fetiche estatista, esclavizador, destructor de la capacidad creadora y de la iniciativa libre, generador de apatía e impotencia, donde el ser humano es reducido a simple engranaje de una máquina burocrática. El ser alienado en el tener, afirma Erich Fromm, “no debe producir ni crear algo nuevo. De hecho, los individuos del tipo del tener se sienten perturbados por las ideas o los pensamientos nuevos”(5). Esta dominación del ser humano es reforzada por el Estado con el monopolio de la coacción y legitimado por los intelectuales, los cuales han promovido el gran sofisma del Estado como redistribuidor de la riqueza y proveedor de la justicia social. Como afirma Dalmacio Negro “la doctrina y la ciencia política contemporáneas apenas tienen como objeto que justificar el Estado y su actividad” (6).

Reviste particular importancia para los dueños del poder hacerse con el control del sistema educativo para moldear las mentes y los corazones, imponiendo al ser humano unas falsas creencias y unos conceptos liberticidas, orquestados en un paradigma dominante materialista-mecanicista-darwinista, supercherías bendecidas como “verdad” en los altares de una ciencia oficial, según las cuales, por ejemplo, la naturaleza se caracteriza por la competencia despiadada y por la supervivencia del más fuerte (darwinismo) convirtiendo la vida en un campo de batalla constante, llena de sufrimiento, pobreza, injusticia y guerra. De donde se desprende muy convenientemente que el ser humano es un “salvaje” que necesita ser gobernado por la sinarquía a través del Estado para protegerlo de sí mismo.

Afirma el biólogo español, profesor investigador de la Universidad Autónoma de Madrid, Máximo Sandín que “el darwinismo surgió en los países anglosajones donde la concepción calvinista del mundo sostiene que el hombre es egoísta por naturaleza... y que los más aptos, los más elevados y bendecidos por la naturaleza, son los que tienen ‘derecho biológico a ser caudillos y dirigentes’. Como decía Francis Galton, primo por cierto de Darwin y fundador de la Eugenesia... el darwinismo fue desde el principio una especie de montaje llevado a cabo por gente influyente como Huxley o Hooker, científicos prestigiosos y con mucho poder en Gran Bretaña, porque se adecuaba a sus propias creencias. Porque lo cierto es que se silenciaron las voces de los científicos discrepantes y se estableció el darwinismo que no es más que una forma de ver la vida muy conveniente para las clases que dominan el mundo. Porque eso de que la vida es competencia y de que los más aptos están llamados a dominar les viene muy bien a los dominadores”. Y agrega Máximo Sandín que “todo el paradigma biológico creado en torno a la selección natural –es decir, a la Teoría de la Evolución de Charles Darwin, epicentro hoy del mundo no sólo natural sino social- carece de base científica... Lo que nos debe preocupar es el montaje darwinista porque es el que dirige y controla la docencia y, sobre todo, la investigación, y el que impone su visión ‘científica’ de la vida y de la sociedad, la que ha llevado al mundo a la situación actual”(8).

Por su parte, el materialismo, de acuerdo con el diccionario, “sostiene que todo lo que existe es materia, o al menos depende de ella. En su forma más general afirma que toda realidad es esencialmente material”(9). Un desarrollo notorio del materialismo se dio con el modelo mecanicista de Newton y Descartes en el que se considera al mundo como una máquina: la materia es sólida y está constituida por diminutas partículas que se mueven de acuerdo a leyes de la naturaleza que pueden describirse con absoluta certeza. Esto es, “un mundo no viviente de objetos inanimados”(10). Es un universo donde no tiene cabida la conciencia ni la espiritualidad. En síntesis, este modelo declara que “somos estrictamente pequeñas máquinas que vamos por ahí en un predecible universo maquinal gobernado por leyes inmutables”(11).

El materialismo mecanicista, al separar la mente de la materia y negar el espíritu o la conciencia, impuso una visión reduccionista del inmenso potencial humano creando grandes limitaciones a la vida. El único valor básico que los materialistas sacan a relucir es el instinto de supervivencia, “la máquina genética quiere perpetuarse”. El universo material o naturaleza, incluido el ser humano, se ve de manera simplista como una máquina gigantesca que podemos comprender desarmándola y que se oxida y deteriora de manera inevitable (entropía). Este erróneo enfoque al considerar que el mundo fuera de nuestra mente no es más que materia sin vida, que actúa según leyes predecibles y mecánicas, y desprovista de toda cualidad espiritual, nos separó de la naturaleza que nos sustenta, nos alienó de nuestras potencialidades y creó una cultura sustentada en el miedo. En esta forma de pensar no puedo cambiar nada porque yo no desempeño ningún papel en la realidad. La falsa creencia nos dice que la realidad ya está allí. El observador no tiene ningún rol. Señala la investigadora lynne Mcttaggart: “Está visión de separación, es una de las cosas más destructivas... Ahora nos damos cuenta de que el paradigma oficial está equivocado. No estamos separados. No estamos completamente solos”(12). Por el contrario, la nueva ciencia, ciencia con conciencia, nos da otra perspectiva: nosotros por el simple hecho de observar estamos afectando la realidad, somos participantes, creamos nuestra propia realidad. Todo está íntima y sutilmente interconectado en un universo viviente.

Los nuevos descubrimientos cuánticos nos hablan de un universo orgánico, inteligente y holístico, esto es, cuyas partes están interconectadas y se influyen mutuamente. Un aspecto esencial es que “la física cuántica ha borrado la marcada distinción cartesiana entre sujeto y objeto, entre observador y observado, que ha dominado a la ciencia durante cuatrocientos años. En la física cuántica, el observador influye en el objeto observado. No hay aislados observadores de un universo... la conciencia es considerada como un componente fundamental de la realidad”(13). Como afirma el físico Amit Goswami “la conciencia es la base de todo ser”(14). En síntesis, citando al astronauta Ed Mitchel: “Si cambiamos nuestra mentalidad acerca de quienes somos y podemos vernos como seres creativos y eternos , que generan la experiencia física, unidos en ese nivel de existencia que llamamos ‘conciencia’, entonces empezaremos a ver y a crear este mundo en el que vivimos, de manera muy diferente”(15).

Ajenas a toda esta revolución de las creencias que afirman la soberanía individual, las fosilizadas corrientes políticas tradicionales, de derecha e izquierda, promulgan la expansión del Estado, con algunas diferencias de matices. Así, el objetivo fundamental de la “izquierda”, extrema y “democrática”, es fortalecer aún más el Estado, más control sobre el individuo, más policía, más trámites, más impuestos, con el mentiroso discurso de la “justicia social” y con una sociedad organizada parasitariamente en torno a ese Estado.

Hoy como nunca, el ser humano es un esclavo sometido a la vigilancia constante, a la persecución y violencia de los agentes del Estado, sean estos “democráticos” o totalitarios, y todo dentro de la más absoluta legalidad o Estado de derecho. En este entorno de esclavitud la “justicia”, uno de los mitos políticos modernos, se ha convertido en el gran terror del ciudadano del siglo XXI. El ser humano sufre un miedo constante de ser involucrado en un proceso judicial, esto es de ser empapelado durante años por las mafias del Estado, convirtiendo, de esta manera, a la “justicia” en un arma contra el ciudadano y las libertades individuales y, sobre todo, en una censura a la libertad de expresión.

Ante el dominio político de estas corrientes estatistas –totalitarias por naturaleza-, de izquierda o de derecha, que amenazan de muerte la libertad individual se alza como verdadera alternativa el libertarismo, que afirma como valor supremo la libertad individual en cuya base está la propiedad privada no monopolista y la ética natural. El libertarismo reconoce, como bien señalara Murray Rothbard, que “el Estado es un enemigo parasitario de la sociedad y que crea una élite dirigente que domina a los demás ciudadanos y obtiene sus ingresos mediante coerción”(16), por lo que promulga la abolición del Estado y en su lugar el desarrollo de una organización social cimentada en la iniciativa, participación y cooperación individuales, en las asociaciones voluntarias, en las comunidades autónomas, en el desarrollo del espíritu local y en la federación libre.
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NOTAS :

1. El desafío neoliberal, Barry B. Levine compilador. Grupo Editorial Norma, Colombia, 1982, pág. 322; 2. Ídem., pág. 450; 3. Murray Rothbard, La ética de la libertad. Unión editorial, Madrid, 1995, págs. 253 y 239; 4. David Rothkopf, El club de los elegidos. Ediciones Urano, España, 2008, págs. 95, 153, 80, 122 y 67; 5. Erich Fromm, Tener o ser. Fondo de Cultura Económica, México, 1976, pág. 44; 6. Dalmacio Negro, La tradición liberal y el Estado. Unión Editorial, España, 1995, pág. 240; 7. Ídem., pág. 187; 8. Revista Discovery Salud No. 125, ¿Realmente son las Bacterias y los virus responsables de la mayoría de las enfermedades?; 9. Diccionario del pensamiento marxista, Tom Bottomore, Editorial Tecnos, Madrid, 1984; 10. William Arntz, Betsy Chasse y Marck Vicente, ¿¡Y tú que sabes!? Editorial Kier, Buenos Aires, 2007, pág. 17; 11. Ídem., pág. 18; 12. Ídem.; 13. Ídem., pág.81; 14. Ídem., pág. 70; 15. Ídem., pág. 83; 16. Murray Rothbard, Hacia una nueva libertad. El manifiesto libertario. Editorial Grito Sagrado, Buenos Aires, 2005, pág. 357.


Bogotá, septiembre 19 de 2010